Por Beniezu
Una acción más del llamado terrorismo islámico, y una vez más los poderes
mediáticos occidentales señalaran como único e indiscutible culpable al terrorismo
yihadista. También nos dirán, que es un terrorismo ciego fruto de fanatismos
religiosos irracionales descontextualizándolo
,intencionadamente, de las guerras de destrucción salvaje y criminal que occidente
está sometiendo a poblaciones de religión musulmana, Libia, Irak, Afganistán,
Siria etc. que está provocando la destrucción salvaje de sus ciudades causando miles
de muertos y millones de desplazados, que están provocando desesperación y locura en aquellos sectores
de su población más fanatizada religiosamente que buscaran el recurso desquiciado y desesperado
del terrorismo vengativo y redentor como recurso. Y no es por casualidad , claro, los poderes mediáticos
occidentales cumplen a la perfección su papel de crear módulos de opinión tendentes
no solo a ignorar el papel imperialista destructor y criminal que desempeña
occidente en esos países, sino que también fomentara desprecio hacia sus pobladores señalando que profesan religiones que inducen
al terrorismo religioso .Y si debemos culpar al máximo responsable como
inductor de estos crímenes será sin duda
a Occidente y a sus multinacionales del
capital , no como ejecutores sino como
inductores del terrorismo islámico y a sus
prácticas neocoloniales de dominación , donde su fin último y fundamental es
conseguir sus materias primas sin escatimar medios y métodos por muy
criminales que sean estos
Barcelona, culpables y responsables: más allá del terrorismo
No hay que extrañarse: la Unión
Europea y EEUU han sido los causantes del nuevo terrorismo que asola sus
ciudades. El resto es tirar balones fuera
A las 12 horas de este viernes 18 de agosto, España entró en catarsis.
En todos los ayuntamientos del Estado se convocó a actos de repulsa contra los
atentados terroristas que sacudieron Barcelona y Cambrils. Dos furgonetas
conducidas por jóvenes, cuyas edades fluctúan entre 17 y 30 años, embestían a
viandantes con un intervalo de horas. En Barcelona, 14 víctimas mortales y más
de 100 heridos; en Cambrils, los cinco terroristas resultaron abatidos a manos
de la policía autónoma. El modus operandi ha sido calco de los ocurridos
en Londres y París. Mientras se hacía el silencio, en Barcelona, de manera
espontánea, los asistentes entonaron la frase: ¡No tengo miedo! Una manera de
crear confianza, de recuperar el pulso de lo rutinario, comenzar el luto y
honrar a las víctimas. Lamentablemente nada parece indicar que el miedo ha
desaparecido. Conscientes, tal vez, de la gravedad de la situación, su declamación
responde a una necesidad de contrarrestar lo inevitable.
Estos atentados han venido para quedarse. Su origen espurio se encuentra
en las acciones de las llamadas tropas aliadas de Occidente, encabezadas por
EEUU, invadiendo países como Afganistán, Irak, Libia, fomentando guerras en
Siria y desestabilizando gobiernos considerados enemigos. ¿Qué otro sentido
tienen las palabras de Mariano Rajoy señalando que combatirán siempre a quienes
deseen destruir nuestra forma de vida y nuestros valores? O mejor aún, cuando
señala con rotundidad que el problema es global y que la batalla contra el
terrorismo está ganada. En otras palabras, Occidente se considera dueño del
mundo y EEUU se proclama defensor de los valores que, dice, les pertenecen por
derecho propio. Hasta el mismísimo Donald Trump, quien no tiene empacho a la
hora de proteger a sus amigos del KKK y, de paso, promover intervenciones
militares a diestra y siniestra, muestra su pesar y condena los atentados en
Barcelona.
La espiral del miedo y el terrorismo yihadista ha calado hasta los
huesos. No importa que las medidas implementadas por los aparatos de seguridad
y los gobiernos publiciten la normalidad. A pesar de los controles, la
colaboración de las comunidades musulmanas, la vigilancia en los puntos calientes
y el apoyo de gobiernos amigos, es poco probable que estos atentados dejen de
producirse. El origen es la causa del problema, y mientras se oculte será
imposible que desaparezca en el corto y mediano plazos.
Sabemos quiénes son los culpables, aquellos que cometen el delito, pero
los responsables residen en la Casa Blanca, el Pentágono, el 10 de Downing
Street, el Palacio del Elíseo, [La Moncloa] o la sede de la Organización del
Tratado del Atlántico Norte en Bruselas, por citar algunas. No hay que extrañarse:
la Unión Europea y EEUU han sido los causantes del nuevo terrorismo que asola
sus ciudades. El resto es tirar balones fuera.
Nada hace pensar que la realidad pueda revertirse. El llamado Estado
Islámico (Isis) se asentó, expandió y tiene sus fundamentos en las invasiones
de Irak y Libia, países destruidos y desarticulados como estados, reducidos a
reinos de taifas, donde el control político por las tropas del Isis han
posibilitado la toma de ciudades, proclamando el Estado Islámico. Sin
olvidarnos de la guerra en Siria, recreada desde los centros de poder en
Washington. Estas agresiones no han pasado desapercibidas a los ojos de la
comunidad musulmana y los pueblos árabes. Los ataques a las Torres Gemelas, el
11 de septiembre de 2001, fueron la culminación. Bajo la declaración de guerra
contra el terrorismo islámico se confundió, manipuló y presentó a una cultura
milenaria y una religión, la musulmana, como la causante de todos los males en
el mundo. La declaración de guerra contra el terrorismo islámico, por la
administración de George W. Bush, fue el error que nos sitúa en Barcelona.
Para muchos jóvenes, hijos y nietos de musulmanes arraigados en Francia,
Bélgica, Alemania o España, las políticas fomentadas o amparadas por los
gobiernos, criminalizando el islam y sus seguidores, son la fuente del
conflicto. La falta de oportunidades, el desempleo, la marginalidad y la
sobrexplotación coadyuvan a crear ese malestar contra la sociedad de consumo,
identificada con la decadencia de la moral occidental y el capitalismo.
El Isis se apoya en tales condicionantes para sumar adeptos y mártires a
sus filas. Una llamada para miles de jóvenes musulmanes que rechazan la
dominación militar y deciden luchar contra el invasor. Lo desgarrador es la
identificación del objetivo con la necesidad de causar el mayor dolor,
desgarrando y poniendo en tela de juicio los propios valores de la vida. El
enemigo no tiene sexo ni edad, y carece de humanidad. Barcelona debe hacernos
reflexionar y evitar declaraciones pomposas y propagandísticas que hablan del
triunfo de Occidente. La guerra no es religiosa, sino geopolítica, por el
control de las materias primas y la dominación imperialista.
La Jornada. Extractado por La Haine
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